Ya lo conté en una entrada anterior, el 3 de noviembre de 2012, con motivo de celebrarse los cincuenta años del llamado "boom" de la literatura latinoamericana, que acaba de perder al último y quizás al más grande de sus representantes. Mi relación con la obra de Mario Vargas Llosa comienza en el curso académico 1971-1972, con apenas 15 añitos, cursando el 6º curso del bachillerato de entonces, en un colegio nuevo, moderno, a estrenar, bien equipado, que llevaba el nombre del gran líder negro norteamericano Martin Luther King, con un equipo de dirección y profesorado formado por hombres y mujeres jóvenes, de espíritu progresista y con ganas de abrirnos las mentes a niños y niñas, chicos y chicas mediante una docencia vanguardista, que podía chocar aún con los últimos años de la dictadura franquista española.
La profesora de Lengua y literatura en ese curso, la Srta. Loli (Dolores Sanguino), nos
pidió que realizáramos un trabajo individual sobre algún escritor de
los que se dieran en el programa de la asignatura, que obligatoriamente incluía
la lectura de algunas de sus obras. El libro de texto por el que seguíamos la asignatura, tenía un tema dedicado a la literatura latinoamericana, quizás por el impacto que estaban teniendo desde hacía algunos años, todos aquellos escritores en lengua española (Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Juan Rulfo, Mario Benedetti, etc.).
Mi padre, gran lector y suscrito al Círculo de Lectores, había comprado una de las primeras novelas de Vargas Llosa, "La casa verde", autor que me sonaba del mencionado tema en el libro de texto de la asignatura, por lo cual me decidí a escogerlo para mi trabajo. Conseguí
un ensayo sobre su obra ("Mario Vargas Llosa. La invención de
una realidad", de José Miguel Oviedo, Barral Editores, 1970) y me enfrasqué en
la lectura no sólo del libro que compró mi padre, sino de las otras obras que
había escrito Vargas Llosa hasta el momento, "La ciudad y los perros", "Los jefes", "Los cachorros" y "Conversación en La Catedral". A partir de ahí, se convirtió en mi escritor fetiche (a pesar de su deriva ideológica y social de los últimos años, la cual me decepcionó), con el que descubrí también a muchos otros del "boom" latinoamericano.
Pero por encima de todo, se encuentra su gran obra, de la que poseo prácticamente toda su narrativa y algunos de sus ensayos. Conservo aún el ejemplar de "La casa verde" que compró mi padre y la edición de bolsillo manoseada de la fascinante "La ciudad y los perros" (Biblioteca Breve, Seix Barral, 1971). Y luego, "Pantaleón y las visitadoras", "La tía Julia y el escribidor", "La guerra de fin del mundo", una nueva edición mejorada de "La ciudad y los perros", "La fiesta del chivo"..... Tengo pendiente, porque ahora soy un mal lector, su última novela de 2023, "Le dedico mi silencio", con la que se despidió como narrador de ficción, así como algunas otras publicadas en la pasada década. Este obituario me servirá para ponerme a leerlas y quizás también para volver a hacerlo con esas primeras, que me abrieron la mente en la lejana adolescencia. Será mi mejor homenaje al maestro.
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Bello durmiente - Chabuca Granda, Juan Diego Florez, Óscar Avilés
Magnífica referencia estimado Antonio, mirando a los recuerdos, que inevitablemente se tiñen de nostalgia: "a mis quince añitos", "a mi lejana adolescencia"...
ResponderEliminarAlégrate que tuviste la suerte de tenerlo en la biblioteca paterna, leerlo y disfrutarlo... No lamentes su deriva ideológica, ni olvides que con los años suele acercarse el realismo y alejarse la utopía, si es que no te vence el escepticismo ¡ Buen camino!