Con las primeras luces del día comienza a rodar la
vida. De madrugada el panadero amasa el pan; los barcos de pesca se hacen a la
mar; por las carreteras convergen hacia las grandes urbes los camiones cargados
de mercancías; los agricultores salen al campo; los padres llevan a sus hijos
al colegio; los ejecutivos, oficinistas y obreros llegan a la fábrica; levantan
el cierre los comercios; ruedan los autobuses y el suburbano en la ciudad
transportando ríos de gente, a cada uno hacia su afán; en los hospitales se
abren los quirófanos; los estudiantes llenan las aulas; en los mercados suenan
los gritos de los tenderos animando las ventas de carne, pescado, frutas y
hortalizas; en las redacciones de los periódicos comienza a prepararse el
número del día siguiente mientras las ediciones digitales ruedan en las
pantallas sin detenerse nunca; puede que a cualquier hora del día o de la noche
un escritor esté escribiendo un libro, una pareja se esté enamorando y muchos
ciudadanos anónimos estén proyectando sus sueños sobre el futuro. Esta es la
rueda de la vida, que cohesiona la convivencia, pero en nuestro país este
tejido social se halla profundamente contaminado. La prensa, la radio y la
televisión bombean a la superficie de forma continua e inagotable la basura de
la corrupción política y su insoportable hedor lo huele el panadero que fabrica
el pan, el marinero que trae el pescado a puerto, el labrador que siembra las
semillas, el camionero que transporta mercancías, los escolares que llegan con
sus cargadas mochilas al colegio, los médicos que curan en los hospitales, las
cajeras que cobran en los supermercados, los periodistas que elaboran las
noticias, los carniceros, los ebanistas, las secretarias, los fontaneros, que
cumplen con su deber. Como una lluvia ácida la corrupción se desprende desde la
política sobre cualquier orden moral de la vida cotidiana. ¿A qué se espera? Este
país necesita urgentemente una pala que se lleve al infierno de una vez a toda
esta reata de imputados y se limpie el aire para que el panadero, el carnicero,
el frutero, el estudiante, el médico, el profesor, el científico, el artista, el
empresario vuelvan a la diaria rutina sin que el cabreo o el desánimo envenene,
contamine y corrompa su propia vida.
Desde luego, la colección de escritores brillantes,
que tiene el periódico El País como columnistas de contraportada los 7 días de
la semana, es impagable. Los domingos es el turno de Manuel Vicent. Llevamos
tiempo hablando de lo mismo, pero cuando lo mismo se escribe bien, da gusto
leerlo.
Pues no sé... No sé que decirte, estimado Antonio.
ResponderEliminarTras leer estos párrafos, que brillan por ser directos y sencillos, me quedo mascando la nada, convencido que no sirven de nada y para nada. Nos recreamos como sibaritas, porque dicen lo que queremos escuchar...¿Acaso es poco? Sí, para mí.
¿Para qué sirven? ¿para que los lean los lectores de El País?
Otros (o los mismos) leerán a Raúl del Pozo en El Mundo, y sentirán igual satisfacción...
Mañana, con las primeras luces del día nos despiertan otra vez los mismos medios de comunicación, los mismos tertulianos, los mismos políticos, los mismos imputados... echando al viento la misma basura con el mismo hedor...mientras el tejido social vuelve desanimado y envenenado a la rutina.
No, ya no me gusta que me digan lo que sé, por muy brillantemente que me lo cuenten. Me gusta que me cuenten cómo arreglarlo, y yo sentirme partícipe de ello.
Pero no, no es fácil la cosa. Y hasta llego a pensar que el hedor (se dice del olor a mierda) nos ha envenenado a todos y hasta nos gusta. ¿Nos habremos vuelto comemierdas?
Tal vez, pero a mí me sigue gustando más el pan bizcochado con chorizo palmero y vino de tea. Y encima, para no frustrar el crecimiento secundario en grosor, dos galletitas de Mayte...
¡Seré animal! Sí, pero no comemierda.
Lamento macular tú exquisito blog con mis majaderías. Pero no lo olvides, estamos envenenados.
Abrazos.